martes, 8 de abril de 2008

Dos heroínas en Clayton












Milly y Rosemary son dos residentes de Clayton, en la antigua zona del canal, que todas las mañanas salen a caminar para mantenerse en forma. Pero además de llevar sus buenas zapatillas y su ropa fresquita para la caminata ellas van equipadas con un trincho y bolsas de basura para recoger los papeles que encuentran a su paso.
Las conocí por motivos de mi trabajo. Tienen ya año y medio en esto. En su camino se encuentran con muchas envolturas de comida, colillas de cigarrillo y lo que queda de tarjetas celulares.
Lo hacen porque quieren poner un granito de arena, porque no quieren quedarse de brazos cruzados solo criticando. Aunque ya han salido reportajes sobre ellas en La Prensa, hacen una tarea anónima sin ánimo de protagonismo.
Como estas mujeres seguro que hay muchas más que ponen su granito para que nuestro país sea mejor. ¡Vivan las Rosemary y las Milly del mundo!

martes, 1 de abril de 2008

Quiero lo que está comiendo ella

No me he podido quitar la mala costumbre de vidajenear en un restaurante lo que están comiendo los demás. El 99% de las vece me parecen que lo de ellos está mejor presentado, es más sabroso o contiene una porción más grande. “¡Por qué no pedí eso”, me recrimino.
En el fondo, lo sé muy bien, es parte de esa manía humana de estar inconformes, que nos lleva a querer justo lo que no tenemos por la única razón de que lo tiene otro.
He visto a mamás ofrecerle a su niño chiquito un juguete. El niño dice ¡no!, y hasta lo tira, pero si otro lo niño lo agarra y empieza a jugar con el, enseguida el que rechazó el juguete, lo quiere y es lo único que quiere en el mundo, grita y patalea por ello. A los adultos nos parece una chiquillada, pero actuamos igualito, aunque no con juguetes.
Días atrás compré dos pares de aretes nuevos. Cuando los llevé a pagar, la cajera se les quedó mirando encantada. “Están muy bonitos”, me dijo. Y luego le comentó a su compañera de trabajo que estaba al lado: “cuando los veo en el mostrador no me gusta ninguno, pero cuando los clientes traen para pagar, todos me parecen lindos”. Entonces me acordé de lo que me pasa en el restaurante.
Porque aunque estemos contentos con lo que tenemos de repente se nos clava esa espinita de que el carro, la casa, la suegra, el trabajo, los estudios, el carisma o el gato del que vive al lado nuestro es superior.
Voy de visita donde una señora que tiene una casa enorme con una terraza grandísima. Le alabo el jardín y las flores. Enseguida me dice: “lo que pasa es que estoy encima de ello siempre, si vieras los tantos problemas que tenemos con los vecinos porque no limpian, la basura corre hacia acá y dejan a los animales sueltos”.
Y no me pareció que esta señora fuera inconforme o incapaz de disfrutar su lindo jardín, más bien me hizo reflexionar sobre que detrás de todo lo lindo y lo bello que a veces nos hace agua la boca hay algunos inconvenientes. No todo lo que brilla es oro.
Admirar lo que tienen los demás no es malo. Lo terrible es enfocarse demasiado en ello perder el tiempo admirando el plato ajeno, mientras el que uno tiene está bastante bien. Tanto así que del otro lado alguien nos lo está mirando con ganas.

Le atiendo mal ¿y qué?

Los panameños solemos ser muy buenos con los turistas: "señor no camine por allí, que es peligroso", advertimos al desprevenido extranjero que se aventura con cámara digital en mano por una calle solitaria de Calidonia, pero entre nosotros a veces nos tratamos muy mal.
Somos malímisimos en atención al cliente. Entras a un almacen y las vendedoras van detrás de ti con una actitud que más que para ayudarte parece que quieren vigilarte y cada cosa que tocas la van inmediatamente arreglándo, en tú cara. Te tratan como si fueras una persona que viene a desordenar el almacén y no a comprar ¡Ja! (Acepto que a veces desordeno, pero usted no invita a su casa y va detrás pasando el limpión por cada lugar que el huesped tocó, ni siquiera Bree Van de Camp).
Ayer voy a sacar una fotocopia de cédula, ¿qué puede tomar eso? Cinco minutos. Tuve que esperar 30 minutos porque en ese mismo lugar hacen transferencias de dinero al exterior, es un internet café, venden agendas y lo mejor: SOLO ATIENDE UN EMPLEADO. Como solo había una fotocopiadora en 5 kilómetros a la redonda me tuve que aguantar.
Y qué me dicen de los taxis... olímpicamente te dicen que no. "Lléveme a El Dorado" y es como si le hubieras dicho "me puede transportar gratis a dónde el diablo perdió la chancheta". Hasta te ponen caras como diciéndote ¡usted está loca! El día en que aparezca un competidor que ofrezca un buen servicio y se les acabe el monopolio entonces van a llorar.